jueves, 3 de enero de 2013

PAGINA 4

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El lazo de Narciso. 
En el paraje de Jarilla, han quedado los más porfiados. La niñada ya no está. Quedan tres cargueros de arena, la chimenea de la antigua fábrica de vidrio, la cantera en el rio, Jacinto Olguín y Narciso lucero. Llegué a Jarilla buscando un lazo trenzado de ocho correones para la mulada. La Unitaria cabeza del Coronel Acha, había rodado por el suelo de Jarilla, el 16 de septiembre de 1841. Fue expuesta en una pica, clavada en el arenal del río seco. Ciento cincuenta años después, erigieron un monumento en su honor, si es que lo tenía. Al costado del río Jarilla, con sus grandes barrancas de arcilla y tosca paleozoica en la región árida de las sierras del Gigante. Murió.
Le encargué la obra a Don Narciso Lucero. Un viejito flaco, de orejas grandes, ojos pequeños, y el rostro tajeado por el hacha del tiempo. Fuimos caminando y probamos el lazo en el monumento del coronel. De las señales del tren, para allá. Me conversó, que se había hecho de esa mujer hace veinte años. Las lluvias, por aquel lado, son nulas desde mayo a octubre. El coronel había entregado a Dorrego luego de la batalla del fuerte de Salta, en 1828. Sabía que Lavalle lo fusilaría. El paisaje es de color ocre. El aire y el río son ocres, el suelo y el sol son de color ocre.
_ ¡Me voy Tita! Saludó el hombre a su mujer. Ella no contestó. _ Uno nunca sabe lo que le toca. Yo no le aflejo. En cuanto le aflejo, chau. Tengo hijos en la Paz, con una que es casada con un  huevón de allá. El coronel se unió a las fuerza de Lamadrid, formando la Coalición del Norte. Atacó y venció en Santiago del Estero, pero fue derrotado en La Rioja, Machigasta. -Tengo cuatro, pero esta otra no sabe. Sabe, ésta se enoja. Se enteró en Desagüadero, allá le conviersan todo.  Yo no le aflejo. No, si es bravísimo el chancho éste. Se enoja por la Olga. Lo trasladaron con un cepo desde Mendoza. Por una región de suelos de planicies arenosas, con acumulaciones salitrosas y altas lomas medanosas. Pasando  la gran cuenca seca que se desplaza hasta el tramo del Valle Fértil  Desagüadero, con sus numerosas lagunas y bañados.  La arena es de un grano de textura mediano a fino y de un color pardo claro.
 _Una vez, lo quiso matar al muchachito mío. El hijo de ella. El único que reconoce como padre soy yo, pero no soy yo. Se fue ahora. No volvió. El padre se fue, también. Mató un tipo. Ésta lo mandó a matar. Me contó un milico. Ella andaba con éste. Se alzó a la mierda. Yo la cagué a guascazos.  En el paraje de su muerte, luego de la batalla más sangrienta de su vida,  venció en Angaco. Posteriormente, sería derrotado en San Juan por Benavidez. Quien lo entregó a Albao, para ser ahorcado y degollado ese mismo año. _Yo no le aflejo. En cuanto le aflejo, chau. Yo le he pegado unos rebencazos   terribles. No, es malísimo el perro éste. Una vez me agarró dormido, la cagué una piña, la tiré contra las brazas. No. Nunca más. Una vez me colgó el muchacho. Con éste lazo. Para joderme a mí.  Su cabeza muerta quedó mirando las vertientes orientales de las sierras de Alto Pencoso y su prolongación austral a la Cerrillada de las Salinas y «Alto Pozo del Peje»,  que conforman el horizonte boscoso, lejano y azulado, que muestra el espejo del camino  de la siesta.  El suelo es joven.  De la edad cuaternaria. La planicie medanosa trae agua dulce que  se pierden en el drenaje de las depresiones de las salinas rojas tenidas por la sangre del Coronel.
 Acá está el monumento del coronel Acha, vamos a probar el lazo. Este viejo, dicen que era un hachero.  Era bravísimo con el hacha. Como mi papá. Mi papá era hachero.  Era malísimo. Pero me dejó el oficio. Yo me crié hachando. Éramos un tropillón de hermanos.  De chico nos daba una hachita para abrir huellas, nosotros limpiabas el monte  para el hacha. Algunos se cortaban las patas. Al poco rato, quedaba un solo grito. Yo hacho con las dos manos. Las palas de los cargueros se escuchan como se suceden una a una, como el pico de un pájaro atormentado, sediento,  bebiendo el arenal.
_La gorda esa, es hija suya. No es mía. Yo no soy malo. Pero… yo la hago re cagar a palos. Pensaba que yo andaba con la Olga. No, es buena ella, la vez que tuvimos un problema la cagué a guascazos. ¡Al guasquiadero! Él no se despegaba nunca de mí, nunca. Nos levantamos esa mañana, yo tenía un mancarrón, un macho  zaino, mansitito. Salimos a recorrer el río, a ver las cabras. Se saben empantanar en el río. Y pal norte estaba la Olga. Se le habían empantanado las vacas. Y este otro perro me anduvo celando.  Sobre la luna de vidrio de cilicio, huyen sin dejar huellas, los pumas con colmillos de claveles, salidos del matorral.
  _Ese día andaba con el muchachito y ésta se quiso ahorcar. Ahórcate le dije yo. Y el muchachito se fue donde ella. Y de ahí lo agarró. Lo colgó al niñito de un monte, para arriba. No, si es bravísimo el chancho. Las vacas estaban en el río. Yo tenía que ver las chivas que no se empantanaran. Ella es media chiflada, pero la cagué a guascazos. Lo largo al niño para abajo. Me la sacó el patrón, el Rafael. Él es buenísimo. Cuando la Tita se enfermó, él me prestó la plata.  Yo le haché mil doscientos palos de jarilla para el alambrado. Si no fuera por él… El hombre, la recordó muerta, apretando el lazo entre sus manos, como quién domara el abismo.

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