martes, 6 de marzo de 2012
PAGINA 6 / Dios nunca nos abandona
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Por Pablo Deiros M.
¿Que hacemos cuando vemos que sufre la gente buena?
A lo largo de la historia humana la cuestión del dolor y el sufrimiento ha desafiado a las mentes más iluminadas. El autor de Job plantea el interrogante: ¿por qué sufren los buenos? Los filósofos estoicos se preguntaron: ¿Si Dios es sólo bondad y todopoderoso, ¿cómo es que permite el mal y el sufrimiento?
A través de los siglos muchos filósofos procuraron responder a estos mismos interrogantes desde las más diversas perspectivas.¿Cómo es posible que gente buena sufra cosas malas?
Pero el problema sigue sin solución y sacude la fe de quienes sinceramente intentan resolverlo. ¿Es posible una respuesta? Quizás es conveniente decir que no. Al menos, no hay una solución absoluta al problema del dolor y del sufrimiento. Sí es posible considerar algunas ideas que sirven para arrojar algo de luz sobre la cuestión.
El amor como remedio
Al considerar el problema del sufrimiento, es importante tener en cuenta que la Biblia dice que algo anda mal con nuestro mundo; este mundo que Dios creó perfecto
(Gn. 1). A poco de observar vemos que hay una perversión destructiva, negativa, caótica, casi demoníaca en el mundo creado por Dios. Esta perversión es lo que la Biblia llama pecado.
Pecado no es meramente, como piensan algunos, faltar a los cultos de la iglesia, no orar ni leer la Biblia, decir palabras obscenas o beber bebidas alcohólicas. El pecado no es básicamente una acción o una condición social, sino una desorientación y alienación interior. Es algo que se da primero en el corazón del ser humano. Es esa decisión íntima de centrar la vida en lo finito antes que en Dios, resultando al fin en la perversión de todas las relaciones humanas (ver Ro. 1.18-32).
Si el amor fuese soberano y estuviese en todos los corazones humanos, pues no habría pobreza y opresión en América Latina. No habría una minoría excesivamente rica a costa de la explotación escandalosa de la inmensa mayoría. No se verían adultos analfabetos, niños hambrientos, mujeres prostituidas y jóvenes adictos en las calles de las grandes ciudades del continente. Habría trabajo para todos, cada familia tendría su vivienda y la justicia traería paz en lugar de temor y aflicción. Sí el amor y la sabiduría de Dios estuviesen señoreando a los hombres no habría mal manejo ecológico, con todo lo que ello implicaría.
Si el amor cristiano pudiese ser inyectado en los hogares no habría matrimonios separados, uniones ilegales, hijos naturales y abandonados, prostitución, abuso de menores y otros males por el estilo. La fidelidad no sería derrotada por el adulterio, el machismo no rebajaría a la mujer a la condición de un simple objeto sexual y los hijos serían tratados como personas. Toda casa familiar dejaría de ser un hotel o posada para transformarse en un hogar. Las relaciones familiares pasarían de ser un infierno a estar coronadas por la ternura y el respeto.
Si el amor que predicó y vivió Jesús se viese de veras reflejado en las iglesias que dicen practicarlo, no habría tantas divisiones y luchas intestinas. Los líderes cristianos no andarían detrás de la notoriedad, el poder, la fama o el dinero. Se hablaría menos del amor, pero se lo practicaría más frecuentemente en la vida cotidiana de la comunidad de fe. Los creyentes no estarían tan preocupados por tener un buen predicador, un templo bonito y un programa ameno, sino por buscar a los perdidos, ayudar a los pobres y consolar a los que sufren.
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