Por Juan Cuq
El día 12 de octubre, la profesora universi-taria Susana Domeni-coni fue entrevistada desde un programa de la Radio Dimensión, para que comentara sobre el significado de la fecha. En tal ocasión expresó que la colonización espa-ñola en América, más que evangelizar a los indios, tenía como objetivo la conquista. Alguien se sintió molesto por esa opinión, pero en lugar de buscar la manera de discutirle o argu-mentarle en contrario, consideró mejor actuar por la vía de la agresión o la intimi-dación, mandando a un grupo de niños a que arrojaran huevos al portón de la casa de
la profesora.
Es muy probable que los pequeños no alcancen a compren-der lo que hicieron, pero los adultos que los enviaron si. Desde su intolerancia y cobardía sólo atinan, en este y en otros casos, a actuar por terceros, y lo que es más grave, por
niños.
Este incidente, quizás menor, permite recor-dar hechos del pasa-do que, en estos días en que se está reali-zando el juicio a los represores, es oportu-no comentar. Porque incluyen al mismo personaje que ha sido inculpado de pedir a un jefe militar de entonces, que detu-viera e hiciera desa-parecer a un sacerdo-te que había abando-nado los hábitos.
Fue en el año 1971 o 72. Lamentablemente, más de treinta y cinco años son el principal factor para tener alguna imprecisión en el año exacto. Había llegado desde Rosario a Villa Mercedes, aparentemente para quedarse, un cura tercermundista de apellido Rafaelli. Secundaba al presbítero Antonio Sotile, el párroco de la iglesia de la Virgen de las Mercedes, ubicada en el centro de la
ciudad.
La prédica tercermun-dista proponía que un cristiano debía ver a Cristo en cada des-valido, en cada pobre. Pero el discurso no quedaba sólo en una apelación a la forma de mirar de los fieles, también resaltaba los resultados del funcio-namiento del sistema capitalista, en el que la cantidad de pobres iba en aumento mientras la riqueza se concentraba en un número cada vez menor de familias. Desgranaba contun-dentes datos sobre las injusticias que se cometían contra los trabajadores y campe-sinos de los países de América Latina. Y en el contexto político de la época, se pronunciaba a favor del peronismo, con una clara coincidencia con los sectores que se dieron en llamar de la tendencia revolucionaria.
A nadie costará imaginar lo que significaría para el recientemente designado obispo de San Luis, Juan Rodolfo Laise, la existencia en «su» diócesis de un cura que captaba la simpatía de los jóvenes. El pequeño grupo juvenil de la Acción Católica de la parroquia de «las Mercedes», se había aumentado con muchos nuevos chicos que se sentían atraídos por la prédica de este sacerdote que lograba captar sus
intereses.
La reacción fue in-mediata. Los sectores conservadores, de la más recalcitrante derecha, se movilizaron para lograr la expulsión de Rafaelli y el obispo no sólo era el líder natural del grupo, también era la autoridad que podía amonestar y echar al cura «díscolo». Lo que necesitaba eran elementos que le permitieran formalizar alguna acusación que le facilitara la eventual expulsión del sacerdote. ¿Y a quiénes mandar para que consiguieran esos elementos? Precisamente a los jóvenes más fieles de la Acción Católica que, con quince años o menos de edad, militaban desde su niñez y no se habían «contaminado» con esas «extrañas ideas».
A ellos les encargaban grabar los sermones que emitía Rafaelli, haciendo uso de los voluminosos catafalcos que había en esos años para grabar y que los muchachos tenían que esconder bajo el saco o el sobretodo para no ser detecta-dos, cuando se ubicaban cerca de los par-lantes de la iglesia durante la misa. Esos mismos chicos, partici-paban de las reunio-nes de jóvenes que convocaba Rafaelli, porque pertenecían a la juventud de esa parroquia y era natural que lo hicieran.
El día 21 de septiembre Rafaelli daría una misa para la juventud. Era tanta la concurrencia que se esperaba que en lugar de celebrarla dentro del templo, se improvisó un altar en el atrio de la iglesia para que todo el públi-co, que a esa altura no sólo lo constituían jóvenes, pudiera parti-cipar ocupando la calle y la plaza Pedernera. Figúrese quien cono-ce a Laise, cómo ten-dría su vena yugular ante esta perspectiva.
Lo que sucedió durante la misa, en momentos en que Rafaelli se aprestaba a iniciar su sermón, es difícil de creer para quien no lo vivió. Dos o tres jóvenes de la Acción Católica, del grupo fiel al obispo, comen-zaron a repartir panfletos entre los feligreses que seguían la misa parados en la calle. Volantes que injuriaban al cura Rafaelli y que rápidamente llega-ron a Sotile quien, allí mismo, en plena misa, tomó del cuello a uno de los jóvenes para quitarle los panfletos. Todo pasó casi de inmediato y la misa continuó sin otros
contratiempos.
El relato de este hecho, la escucha de las graba-ciones y los comentarios sobre lo que se charlaba en las reuniones juveniles de Mercedes llegaban a Laise por la propia boca de esos jóvenes, casi niños, que después de hacer esa tarea sucia viajaban a San Luis a
contarle todo.
La imagen de aquel personaje con vesti-menta obispal, cuyos penetrantes ojos de cuervo tras gruesos cristales, no podían ser atenuados por aquella sonrisa de inocultable cinismo, mientras es-cuchaba las noveda-des, quedó grabada para siempre en quien realizó algunas de aquellas acciones. En ese momen-to estaba convencido de la honestidad de su mili-tancia religiosa. Hasta que el chico tuvo opor-tunidad de enterarse de la realidad política y social del país, el continente y el mundo y entonces optó. Y se dio cuenta con quiénes había estado
colaborando.
De Rafaelli no supo más nada. Sotile falleció en la ciudad San Luis, retirado de su función ministerial por su avanzada edad, viviendo sus últimos años junto a su hermana.
Laise mantuvo su omni-potente reinado hasta fines del siglo, después de tener una trayectoria que, según la opinión de numerosos propios y extraños (a la Iglesia Católica) lo relaciona con los gobernantes militares de la última dictadura y por ello, cómplice con-ciente del terrorismo de estado. Sigue vivo y mantiene su perfil de ultramontano, defensor de una postura católica que siempre se negó a aceptar lineamien-tos surgidos de los últimos
Concilios.
El joven, el mismo que fuera acogotado, estudió para docente, después estudió periodismo y alguna vez le fue permi-tido expresarse en este diario El Popular de San Luis. Decidió hacerlo con el seudónimo de Juan Cuq, pero se llama Julio
Jorge Mansilla.
La manipulación de los niños que fueron a escrachar a Susana Do-meniconi, no es un recur-so que utilizan por primera vez los troglo-ditas aunque no por ello deja de ser una práctica execrable. Son adultos quienes ponen esos hue-vos en las manos de los niños y está claro que a esos adultos sólo les alcanza para huevos de gallina, no de los que otorgan los principios trascendentes y hones-
tos.
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