lunes, 1 de marzo de 2010

La linterna

Relatos verídicos por:
Dr. Mario R. Filippa
Medico Rura
En 1978 llegué a San Luis y conocí a mucha
gente.
Yo viví dentro del pequeño hospital de Beazley durante 5 años. Beazley, en esa época era un pueblito que se mantenía gracias al ferrocarril… luego, bueno, vinieron las privatizaciones y se vino abajo…
Actualmente viven gracias al coraje de sus habitantes y ayudas estatales que son subsidios encubiertos.
Yo era su médico, había uno solo, y se trabajaba muchísimo, día y noche. Era joven, (30 años) y aguantaba… por otra parte, me gustaba ayudar a esa gente noble y sufrida.
El terreno del hospital había sido donado hace muchísimo tiempo (no se sabe en que año) por doña Micaela Aguilera, madre de Don Bartolo Aguilera y abuela de Cury Aguilera, ambos amigos míos.
Bartolo tenía 90 años, 60 más que yo. Él diligentemente había gestionado la colocación de una placa de bronce dentro del hospital, ante las autoridades políticas de esa época, donde se mencionaba que el terreno del hospital había sido donado por ella, por su madre. Me dieron la placa, el decreto del poder ejecutivo que así lo ordenaba, y la hice colocar en el hall sobre una pared donde la gente podría leer su inscripción. Y así lo hice, sin actos políticos o partidarios, callado, como correspondía al deseo de su hijo Don Bartolo. Él quedó contento y se hizo mi amigo. Venía a verme a la tarde enfundado en un sobretodo marrón (en invierno y verano) inmenso y viejo como él.
Su cuerpo alto y, todavía erguido, su cabellera lacia cubierta por una boina negra, imponía respeto.
Se sentaba en la cocina de mi pequeño departamento, y tomaba agua caliente, no quería café, ni mate, nada, solo agua caliente: una taza.
A esta altura cabe contarles que Don Bartolo era nieto del cacique Baigorrita, y a su padre no lo conocía. Él me contó riendo amargamente lo que los militares hacían (a fines del siglo 19) con los indios. Me contó cosas imperdibles de ellos.
Para el día de su cumpleaños, los 24 de agosto solía encontrarlo en su casa con los ojos llorosos revolviendo con un palito el brasero humeante y acordándose de su madre.
Yo lo quería por su nobleza y por el inmenso cariño que a esa edad demostraba por ella.
Muchas veces quedaba solo en la cocina-comedor del pequeño departamento en el hospital pensando mientras yo atendía los pacientes. Estábamos luego largos momentos sin hablar, como hacen los amigos.
A mí siempre me gusto cazar, ahora… no tanto y me fijo mucho en lo que hago al respecto.
Pero en esa época había una cantidad y variedad de animales inmensa que nosotros elegíamos para cazar y luego comíamos: escabeches de perdiz, picana de avestruz, estofado de conejo del palo, vizcachas, etc.
Justamente por la noche yo tenía libre más tiempo y aprovechaba unas horas a salir con mis amigos y traer algo para comer. De noche hay vizcachas, y a las vizcachas se las caza con luz: reflectores o linternas.
Yo tenía una muy buena, pero mi pequeño hijo jugando la rompió, así que no tenia con que cazar. Esos días Don Bartolo tenía la fama de tener un revólver 38 S.W. special, con la que contaban cosas increíbles sobre su puntería (quizás, en otra oportunidad le cuente lo que le pasó a un comisario en 1948 en el Arco del Desaguadero, en el límite de San Luis y Mendoza). Es para no creer.
El revólver y una linterna de 9 elementos. La había comprado en 1930 y era de origen alemán.
¡9 elementos! Debía ser fenomenal. Decidí esa noche pedirle prestada. Yo compraría las pilas. Lo hice. Me miró y quedó largo rato callado, sentado y fumando, a veces levantaba la vista y me miraba. Por fin me dijo: - está bien, se la presto pero con una condición: que yo se la traiga aquí al hospital y que mañana a las 12 yo pase a buscarla-.
Le dije que estaba bien, pero me molestó lo que parecía un acto de desconfianza (vivía a 100 mts).
Se fue y al rato volvió con un paquete envuelto en varios diarios. Lo escondía de los ojos de la enfermera y a mi me intrigaba esa actitud.
Desarmé el paquete y apareció una linterna de lata rectangular, con inscripciones en alemán.
Compre las pilas esa misma noche y me fui a cazar vizcachas, pero la linterna era, comparada.
con las de ahora, malísima.
Volví y la guardé arriba del ropero.
Al día siguiente, a las 12hs en punto cae Don Bartolo mirando para todos lados con desconfianza y ansioso me pregunta:- ¿y? ¿Cómo le fue?-. Más o menos Don Bartolo, le digo. Cazé una sola vizcacha y le mandaremos con mi mujer un poco de escabeche.
-¿Pero? ¿No lo pilló la policía? Molesto le digo:-Don Bartolo, me fui a cazar con el encargado de policía, el sargento Bolinaga-. Se agarró la cabeza:- ¡no doctor! Cometió un error… pero no importa, yo me la voy a arreglar, todo sea por usted y el respeto que le tengo-.
Esto aumentó mas mi intriga pero me quedé callado; fumamos, tomó su taza de agua caliente y al rato se fue con cara de culpable y escondiendo el bulto.
Por la noche llegó Bolinaga y le conté lo de la linterna, quedó pensando este sargento experto conocedor de sumarios y reglamentos policiales.
-Sabe lo que pasa doctor- me dijo riendo al rato –en la comisaría hay un edicto de 1930 donde el jefe de policía de Beazley prohíbe el uso de linternas a la población ¡porque la usan los ladrones! Y, estaba entre las firmas de varios vecinos que aceptaban esto, la de ¡Don Bartolo Aguilera!
COLOFON: Don Bartolo era afiliado del Partido Radical desde 1915. Más de 30 años antes que nazca el Partido Peronista.
Después de 1983, con el advenimiento del Gobierno Constitucional en la provincia de San Luís, la placa de Doña Micaela desapareció (como el unicornio azul, nadie sabe donde está).
Manos anónimas la arrancaron del hall de entrada del hospital de Beazley y la tiraron vaya a saber donde.
Bartolo, amigo viejo y viejo amigo: sí algún día llego a tener el poder suficiente o algún amigo que lo tenga, voy a resarcir la memoria de tu ausente madre, buscaré la placa y la colocaré en el lugar profanado, o sino, haré una nueva y se le pondrá a ese hospital el nombre de tu querida madre.



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